Nunca había escuchado a la Sinfónica sonar así. Hay que reconocer que -como parte de su triple gestión como titular de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, (OSPR) director artístico del Festival Casals y del Interamericano, cuando tenía presupuesto-, el chileno Maximiano Valdés a conseguido traer a la Isla, en estos años tan difíciles, algunos de los más grandes músicos del planeta.
En la noche del sábado -en la Sala Sinfónica Pablo Casals- el público puertorriqueño, que ama y sigue la buena música, tuvo la oportunidad de ver y escuchar a dos de ellos: el reconocido compositor, arreglista, productor, pianista y director orquestal dominicano José Antonio Molina, y el encantador violinista chino, natural de Mongolia, Angelo Xiang Yu.
Esta memorable jornada comenzó con la Obertura Coriolano, Op. 62 de Beethoven. Los gestos dramáticos y apasionados del maestro Molina fueron correspondidos por un inspirado colectivo de músicos con precisión rítmica y una grandilocuente intención heroica en el fraseo del primer tema.
Esta propuesta escénico-musical nos hacía recordar que esta partitura fue concebida en los meses en que el genio de Viena gestaba su quinta sinfonía. Nuestros músicos correspondieron también con adecuado lirismo a la elegancia transparente de la gestualidad teatral del director para el segundo tema, que describe la súplica de madre y esposa al tribuno y general romano para que termine el asedio a su propia patria y decida hacer posible la paz.
La perfecta sincronía de los “pizzicati” de la coda anunciaban que algo grande sucedería esa noche.
Para la segunda entrega, desde el tutti del primer movimiento se hizo evidente el espíritu colaborativo del maestro Molina, una orquesta más pequeña y el solista Angelo Xiang Yu, en la lectura del Concierto para violín núm. 4 en re mayor, K. 218 de Mozart.
Sus tres movimientos fueron tocados con la gracia y la delicadeza que demanda el estilo neoclásico de la primera parte del siglo XIX. Nunca habíamos escuchado a esta orquesta asumir con fervor su rol de acompañamiento en el segundo y tercer plano sonoro, actitud musical imprescindible para que brille la verdad intrínseca de esta obra maestra del repertorio.
Mención especial merecen las cadenzas y el encore –la melodía de la Meditación de Thais de Massenet- del violinista invitado Xiang Yu, quien también aportó al disfrute pleno del concierto como espectáculo cuando interactuaba con la orquesta mediante un grácil lenguaje corporal y la complicidad de sus miradas al concertino Omar Velázquez y al director Molina. Una auténtica delicia.
Para hecerle justicia a la versión de José Antonio Molina de la Sinfonía núm. 6, Op. 74, la “Patética” de Tchaikovsky -estrenada por el compositor desde el podio nueve días antes de morir del cólera-, necesitaría escribir un ensayo. Más pena aún me causa consignar que el concierto número 13, el penúltimo de la serie de abonos del conjunto sinfónico boricua, no fue documentado en vídeo.
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